jueves, 27 de noviembre de 2014

Historia de inmigrantes. Escribe: Verónica Lorences, docente de Lenguas extranjeras, turno tarde




Los botones de mi abuela 

Cuando pienso en botones no puedo dejar de pensar en mi abuela Liti. Ella tenía una caja de metal llena de botones. Desde mi perspectiva de niña era enorme; tenía dibujos verdes que dejaban entrever entre sus relieves el paso oxidado del tiempo. En esa caja ya no tan rectangular debido a algún golpe involuntario, había botones de todas formas, colores y tamaños: botones de nácar, botones de cuero, botones forrados, botones dorados, botones plateados, botones transparentes, botones de dos agujeros, botones de cuatro agujeros… y la lista sería interminable.
Cuando era una niña revolver la caja era toda una aventura, siempre aparecía algún botón desconocido que, si le preguntaba a mi abuela, tenía alguna historia interesante. Algunos habían sido de pilotos de mi abuelo, otros de algún vestido de ella o de mi mamá cuando era chica, otros habían venido con ella en la misma caja desde su Córdoba natal ¡Algunos tenían tantos años que parecía mentira que estuviesen todavía en la caja y no se hubieran perdido en manos del olvido o de algún descuido desafortunado!
Las tardes de lluvia de mi infancia, lejos de la oferta tecnológica actual que tan bien funciona para entretener a los niños en días de encierro forzoso, sacábamos la caja y enhebrábamos botones. Mi abuela me prestaba aguja e hilo y se sentaba a mi lado inspeccionando todos mis movimientos. “Hay que buscar los de igual tamaño”, me decía. “¡Pero que collar tan colorido! Probemos ahora hacer una pulserita con todos botones del mismo color” Así pasábamos horas diseñando joyas que al terminar el día deshacíamos para devolver los botones a su metálica morada. Cuando estaba en los últimos años de la escuela primaria, el juego había cambiado, se había tornado más adulto, más dotado de sobria responsabilidad. O bien hacíamos ropita para muñecas o mi abuela me daba un retacito de tela y cosíamos botones haciendo formas de todo tipo. Al finalizar la jornada de costura, los botones eran devueltos religiosamente a su caja.
Y pasaron los años… tuve una hija. Cuando ella tenía dos años mi abuela se fue de viaje a algún rincón de la eternidad. Nos dejó lo mejor de sí, su recuerdo imborrable que siempre está presente entre nosotros. Y nos dejó sucaja de botones y su juego de armar collares. Tal es así que mientras mis hijas fueron chicas, los días fríos o de lluvia, mi mamá sacaba la caja y empezaba el ritual. Aquellos mudos y redondos testigos de mi infancia, se deslizaban por la aguja y el hilo armando largas tiras de collares y pulseras que, al final del juego, eran devueltos a la caja a la espera de la próxima tarde de diseño de bijouterie.
Les regalo este recuerdo de mi infancia, escrito desde mi emoción y mis anteojos empañados por más de una lágrima. Este juego de los botones pasó de abuelas a nietas por dos generaciones en mi familia. Representa el valor de un rito atesorado en lo más profundo de mi corazón ya no tan infantil, lamentablemente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Precioso, conmovedor. Me gustó muchísimo, me recordó a mi abuela, ella me enseño a tejer, hacia ropita para las muñecas, usaba hasta el último retazo de tela...Gracias por compartir tu recuerdo.
Andrea (MR)