En un octubre,
cuando era chica, me sucedió algo que sòlo podía suceder en ese mes.
Mi señorita nos
decía que en mi escuela pasaban cosas extrañas, pero yo nunca las creí. Pensaba
que lo hacía para que nosotros nos portáramos bien, pues no éramos de lo
más santos. Una vez nos dijo que si no terminábamos la tarea a tiempo, nos
quedaríamos a dormir con el fantasma Gasparín, habitante de nuestra escuela.
Mi escuela era
hermosa y para colmo habían venido un grupo de artistas a dejarla más linda
aún. Habían pintado las veredas con rayuelas y criaturas extrañas. En la
entrada habían hecho un mapa de un mundo, hasta el momento de mi caída,
desconocido para mí. Sus países tenían nombres muy esperanzadores, alegres y
sentimentales.
El punto es que
un día comencé a creer acerca de esas cosas extrañas que me hablaba mi seño. Fui a la escuela como todos los días pero
antes de entrar me pasó lo peor que le puede suceder a un niño como yo. Delante
de todos me tropecé y me caí. Creo que no hubo una sola, de las personas
presentes, que no se haya reído de mí. Digo “creo” porque no los escuché.
Luego de la caída
sentí un golpe en la cabeza y cuando abrí los ojos, ya no estaba en la puerta
de la escuela. Estaba en un lugar de ensueño. El mar estaba cerca, ya que podía
oírlo sin esforzarme. Hacía bastante calor, el sol radiante como siempre, pero más
bello que nunca. Se olían flores y frutas, como el olor que había en la
biblioteca de la escuela, pero no había libros: el lugar estaba lleno de
arboles. Lo mejor estaba por llegar.
Cuando me
incorporé y me levanté, un poco mareada todavía, di un giro completo y no podía
creer las maravillas de ese lugar. Más allá de los árboles había, muchísimos
juegos mecánicos, coloridos e iluminados. En seguida toque mis bolsillos, que
yo pensé que serían de mi delantal, pero mi ropa también había cambiado y mi
uniforme ahora era a rayas, y no tenia bolsillos, y por lo tanto y para mi
tristeza, ya ni siquiera contaba con la moneda que me daba mamá para volver a
casa. Ahora tenía un nuevo problema. No solo no sabía dónde estaba sino que me moría
de ganas de poder subir a esos magníficos juegos y no tenia ni un centavo.
Camine bastante
pensando alguna estrategia. Tanto camine que llegue a una casa, de la cual
salía un rico olor a comida. Aunque no tenía reloj, mi panza me estaba avisando
que ya era hora de almorzar. Siempre me dijeron que con mi simpatía y buena
educación conseguiría cualquier cosa, entonces tome coraje y toque el timbre.
De la casa salió una hermosa mujer (no más linda que mi mamá pero hermosa al
fin) y sin que yo dijera nada me invitó a pasar y me ofreció su comida. Mientras
comía pude hacerle algunas preguntas:
-Discúlpeme
señora, que haya llegado así, pero es que no estoy entendiendo bien que me
sucedió, ¿le cuento?- y comencé a relatarle tal cual me habían sucedido las
cosas.
La señora no
quitaba su atención a mi relato y con los ojos llenos de lágrimas me abrazó, me
tranquilizó y me explico lo que había sucedido:
-Yo soy muy feliz
que estés aquí, hace mucho tiempo que nadie llega a nuestro país.
-¿Dónde estamos?
-Este lugar se
llama Juegolandia. Es el refugio de los hombres y mujeres que todavía pueden
creer en sus sueños. Nuestro último visitante me contó que en tu país ya nadie cree
en nada, y nosotros tenemos miedo que nuestro país empiece a morir.
-Aahh- cada vez
entendía menos. ¿Qué me estaba queriendo decir la señora? ¿Ya nadie cree que es
posible cumplir un sueño? ¿Ya no piden deseos cuando soplan las velitas o pasa
el tren?
Antes de seguir agregando preguntas deje que
ella continúe con su relato.
-Todos los
habitantes de Juegolandia recibimos sus deseos y sueños, y trabajamos en
diferentes fábricas, que se encargan de producirlos y generarlos. El problema
está que si no conseguimos alguien que los lleve nunca van a llegar al destino.
-¿Yo podría
llevarlos conmigo y entregarlos? Aunque sea solo los de mis papás y mis
hermanitos - mi intención era devolverle a tan amable señora el favor que ella
había hecho por mí.
-¡No! Vos tenés
que llevar todos los sueños acumulados en los depósitos de las fábricas, hace
años que están ahí guardados y no queremos llegar tarde.
-¡Genial! ¿Pesan
mucho? ¿Me van a dar un trineo como el de Papá Noel? Digo porque él siempre
llega a todas las casas y en cuestión de segundos.
-Es que no es tan
fácil salir de este país y volver a tu lugar. Resulta que para lograr tu ticket
de salida debes acumular puntos y premios en el Parque de Juegos. Cada uno de
esos puntos equivale a un sueño. ¿Serías capaz?
-¡Fabuloso! ¡Soy
un genio con los juegos electrónicos, y los juegos mecánicos me alucinan!
Y ahí no más la
señora me regaló un postre riquísimo y me mandó al parque. Al llegar me
encontré con el boletero que me preguntó muchas veces si estaba seguro de entrar
y si de verdad quería correr ese riesgo para ayudar a otros. No entendía de que
riesgos me hablaba, pero si se trataba de ayudar a los demás… lo iba a hacer.
En la puerta
había un letra gigante que decía:
“Piensa
muy bien antes de entrar
Este puede ser un camino de ida y sin retorno”.
De fondo se escuchaban voces, gritos y risas.
No entendí cuando vi tanta gente divirtiéndose, por qué la señora amable, me
dijo que hacía tiempo nadie había llegado. Ese lugar estaba repleto de personas
jugando. Cada quien jugaba en un juego, y quien no lo hacía se construía uno a
su medida y necesidad.
Comencé a jugar,
corría para un lado y para el otro. Todo era fascinante. Tan fascinante que
llegó la noche sin que me diera cuenta. Como mamá me decía que andar de noche era
peligroso, decidí quedarme en el parque hasta que amaneciera. Ahí me di cuenta
que todas las mamás decían lo mismo, ya que todos se quedaron al igual que yo
jugando sin regresar a casa, por precaución. Como estábamos todos en el parque,
seguimos jugando. Era la primera vez que yo me quedaba toda la noche sin
dormir. Jugué a todos los juegos varias veces y mi puntaje era muy alto. Ya
casi conocía a todos mis compañeros del parque, y entre nosotros nos
invitábamos a jugar.
Salió el sol y la
ronda de juegos comenzó a girar otra vez. Y al otro día sucedió lo mismo, y así
pasaron varios días. Tantos días pasaron que podría decir, con certeza, la
cantidad exacta.
Creo que era un
miércoles cuando apareció un niño nuevo o mejor dicho un niño que nunca antes
había visto. Era bastante charlatán y nadie le prestaba atención. A mi me dio
lástima y comenzamos a hablar. Muchas fueron las historias que me contó, pero
realmente ninguna era creíble. Cuanto le pregunté cómo había llegado a aquí él
me contó la misma historia que yo había vivido. Él también repentinamente había
llegado a aquí y se había encontrado con una señora amable y hermosa. Al
nombrarla recordé qué era lo que estaba haciendo ahí y me di cuenta del tiempo
que había perdido en mis propios juegos y que había olvidados los sueños de la
gente de mi mundo.
No había juntado
la cantidad necesaria para llevármelos todos, entonces intenté convencer al
resto de los jugadores del parque que viniera conmigo y me ayudara. Fue inútil,
pues nadie me escuchaba y seguía en su juego. Fue una horrible sensación la que
sentí esa tarde. Sentí que ya no iba a poder llevarles los sueños a todos, y
que muchos iban a seguir sin soñar o tener deseos en sus cumpleaños.
Resignado me
acerqué a la puerta de salida y pregunté como hacía para cambiar mis puntos.
Después de llenar varios formularios me dijeron que esperara un momento en un
sillón. Y cansado como estaba me quedé dormido.
No sé cuánto
dormí, pero si sé que me desperté con el llamado de mi mamá para desayunar.
-¡Margarita despertate
que no llegamos a la escuela!¡Bajá a desayunar rápido!
Salté de la cama
y cuando me estaba por sacar el camisón me di cuenta que era aquel uniforme a
rayas que me habían dado en Juegolandia.
Bajé
emocionadísima a contarle todo lo vivido a mamá, pero como era de imaginar
nunca me creyó.
Hoy que ya soy
grande no dejo de soñar y pedir deseos cuando soplo las velitas, porque uno
nunca sabe, tal vez alguien de aquel país decida ver más allá de si mismo y
pensar en los demás, y regresar a nuestro mundo con alguno de mis sueños en la
maleta.
También insisto para que mis hijos lo hagan.
También insisto para que mis hijos lo hagan.
Capaz un día de octubre vayan a la
escuela y puedan vivir una gran aventura como la que viví yo.
Analìa van der Tuin.- ( Docente 5º y 7º tm y tt)
7 comentarios:
Guaaaauuuuuu seño, busque un ilustrador urgenteeeeeeeee...y a golpear editoriales!!!!
No sabía que escribias tan lindo! Me encantó!
quedè fascinada
Realmente muy bueno. Diez, para la seño Analìa
Rosana primer grado, no firmè el comentario anterio. :)
Me encantó. Ponete a escribir para todos. Andrea
te invito en la semana a grabarlo :)
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