La artesanía del silencio
por Cecilia Bajour
Texto de la ponencia presentada por la autora en el Foro "Pido gancho. Textos, voces e imágenes", realizado dentro del marco de las Jornadas de Formación e Intercambio " Mediadores a la vista", durante la 18ª Feria del Libro Infantil y Juvenil (Buenos Aires, 26 de julio de 2007).No decirlo todo. Insinuar. Sugerir. Callar. Mostrar a medias. Todo arte se vale de este delicado equilibrio entre lo que dice y lo que calla. Entre lo que muestra y lo que oculta.
En los libros que celebran esa tensión entre lo dicho y el silencio se vislumbra una trama de decisiones artísticas que tienen que ver con la escritura, con la ilustración, con la edición. En todas esas decisiones hay una representación sobre el lector. ¿Cuánto se le dice y cómo? ¿Qué riesgos depara la medida del decir y del mostrar para la historia, el poema, la imagen? ¿Qué consecuencias tiene para el que lee y qué se espera de él? ¿Cómo se hace para que lo sugerido no signifique un abismo insalvable en el diálogo entablado con el lector y sí un horizonte hacia donde se puede caminar construyendo sentidos? ¿Dónde está el borde que marca el exceso en el decir y el mostrar?
Estas preguntas, posibles para toda manifestación artística, se vuelven especialmente necesarias cuando de literatura infantil y juvenil se trata.
Una literatura que en muchas ocasiones suele encontrarse cómoda en la explicación abundante, en la mostración y demostración o en la reiteración como formas de tender una red de protección al lector. Una literatura que a veces teme demasiado el riesgo y por eso, en el balance entre el decir y el callar, tiende a asegurar los sentidos, a no dejarlos librados al juego inapresable del texto y del lector. El miedo a que este se pierda, a que no vaya en la dirección prevista de antemano, tiene consecuencias muy visibles en la artesanía de los textos y de las imágenes. Pero en vez de hablar sobre las marcas de lo excesivamente dicho o mostrado, intentaré reflexionar sobre cómo algunos libros construyen lo que callan, lo que sugieren, o lo que mantienen en suspenso hasta su revelación.
Si bien los libros-álbum o también ciertos libros ilustrados no son los únicos que buscan y hallan estrategias para combinar el mostrar y el ocultar (sería injusta con algunos maravillosos textos que llegan a ese puerto por otros caminos que no necesariamente tienen a la imagen como compañera), me referiré particularmente a ellos porque en los últimos años produjeron una verdadera revolución en el arte de entramar lenguajes y algunos son interesantísimos para considerar lo que llamo "artesanía del silencio".
Estos libros se caracterizan por una relación interdependiente entre imágenes y palabras que sucede no sólo en el nivel de lo que se cuenta o muestra sino en la dimensión total del libro como objeto material y cultural. Los sentidos se construyen a partir de esa interacción de los lenguajes que intervienen, el lingüístico, el de la imagen y el de la edición, si se me permite pensarlo como un lenguaje propio que a su vez ayuda a orquestar los otros. Si bien lo visual cobra un relieve que impacta, la palabra (cuando está) no es un simple ornamento, más o menos bello. Pensarla como obvia o creer que su tendencia a la brevedad (tendencia que no abarca todos los casos) le resta jerarquía a la hora de leer es desconocer una condición necesaria de estos libros.
Entre los casos más destacables donde siempre se está buscando traspasar el borde de lo posible, hay textos que construyen lo no dicho, o lo que se dice a medias a través del juego sutil entre la apertura del texto escrito y la ambigüedad de la imagen.
Suena extraño hablar de silencio cuando la palabra, la imagen o la materialidad del libro parecen estar hablando. Sin embargo "explorando cómo las cosas que se ven señalan a las que no se ven", como dice el especialista Douglas Thorpe (1), es posible advertir la textura de lo que se sugiere o esconde.
Para reflexionar sobre cómo se construye esta tensión entre lo dicho y lo sugerido o callado en algunos libros-álbum fundamentalmente, aunque no sólo en ellos, propongo mostrar con ejemplos tres maneras de hacerlo.
La primera tiene que ver con las palabras. La ambigüedad propia de algunas de ellas es una de las formas de presentar un vacío o una elipsis que dispara la mirada como flecha hacia la ilustración, dadora de una apariencia posible, un destino entre otros. En ese sentido, los pronombres impersonales o neutros son palabras cargadas de silencio, palabras ávidas de sentidos que por sí solas no pueden generar. Su interdependencia con la imagen, su relación de "relevo", al decir de Barthes (2), se hace imprescindible.
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