‘Instrucciones para llorar’:
“Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de
llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo,
ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto
medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un
sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al
final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena
enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y
si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en
el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos
golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca.
Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con
la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra
la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del
llanto, tres minutos”.
‘Instrucciones para dar cuerda a un reloj’:
“Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con
una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela
suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas,
las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de
sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de
una mujer, el perfume del pan. ¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo
pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El
miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue
olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre
de sus rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y
llegamos antes y comprendemos que ya no importa”.
‘Aplastamiento de las gotas’
“Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera
tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que
hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío.
Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana; se queda
temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va
creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae.
Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se
agarra con los dientes, mientras le crece la barriga; ya es una gotaza
que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha, nada,
una viscosidad en el mármol. Pero las hay que se suicidan y se entregan
enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran; me parece ver la
vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las
emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas
inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós”.
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