viernes, 26 de octubre de 2012

Creer o reventar: historias de escuela y más allá.


En un octubre, cuando era chica, me sucedió algo que sòlo podía suceder en ese mes.
Mi señorita nos decía que en mi escuela pasaban cosas extrañas, pero yo nunca las creí. Pensaba que  lo hacía para que nosotros nos portáramos bien, pues no éramos de lo más santos. Una vez nos dijo que si no terminábamos la tarea a tiempo, nos quedaríamos a dormir con el fantasma Gasparín, habitante de nuestra escuela.
Mi escuela era hermosa y para colmo habían venido un grupo de artistas a dejarla más linda aún. Habían pintado las veredas con rayuelas y criaturas extrañas. En la entrada habían hecho un mapa de un mundo, hasta el momento de mi caída, desconocido para mí. Sus países tenían nombres muy esperanzadores, alegres y sentimentales.
El punto es que un día comencé a creer acerca de esas cosas extrañas que me hablaba mi seño.  Fui a la escuela como todos los días pero antes de entrar me pasó lo peor que le puede suceder a un niño como yo. Delante de todos me tropecé y me caí. Creo que no hubo una sola, de las personas presentes, que no se haya reído de mí. Digo “creo” porque no los escuché.
Luego de la caída sentí un golpe en la cabeza y cuando abrí los ojos, ya no estaba en la puerta de la escuela. Estaba en un lugar de ensueño. El mar estaba cerca, ya que podía oírlo sin esforzarme. Hacía bastante calor, el sol radiante como siempre, pero más bello que nunca. Se olían flores y frutas, como el olor que había en la biblioteca de la escuela, pero no había libros: el lugar estaba lleno de arboles. Lo mejor estaba por llegar.
Cuando me incorporé y me levanté, un poco mareada todavía, di un giro completo y no podía creer las maravillas de ese lugar. Más allá de los árboles había, muchísimos juegos mecánicos, coloridos e iluminados. En seguida toque mis bolsillos, que yo pensé que serían de mi delantal, pero mi ropa también había cambiado y mi uniforme ahora era a rayas, y no tenia bolsillos, y por lo tanto y para mi tristeza, ya ni siquiera contaba con la moneda que me daba mamá para volver a casa. Ahora tenía un nuevo problema. No solo no sabía dónde estaba sino que me moría de ganas de poder subir a esos magníficos juegos y no tenia ni un centavo.
Camine bastante pensando alguna estrategia. Tanto camine que llegue a una casa, de la cual salía un rico olor a comida. Aunque no tenía reloj, mi panza me estaba avisando que ya era hora de almorzar. Siempre me dijeron que con mi simpatía y buena educación conseguiría cualquier cosa, entonces tome coraje y toque el timbre. De la casa salió una hermosa mujer (no más linda que mi mamá pero hermosa al fin) y sin que yo dijera nada me invitó a pasar y me ofreció su comida. Mientras comía pude hacerle algunas preguntas:
-Discúlpeme señora, que haya llegado así, pero es que no estoy entendiendo bien que me sucedió, ¿le cuento?- y comencé a relatarle tal cual me habían sucedido las cosas.
La señora no quitaba su atención a mi relato y con los ojos llenos de lágrimas me abrazó, me tranquilizó y me explico lo que había sucedido:
-Yo soy muy feliz que estés aquí, hace mucho tiempo que nadie llega a nuestro país.
-¿Dónde estamos?
-Este lugar se llama Juegolandia. Es el refugio de los hombres y mujeres que todavía pueden creer en sus sueños. Nuestro último visitante me contó que en tu país ya nadie cree en nada, y nosotros tenemos miedo que nuestro país empiece a morir.
-Aahh- cada vez entendía menos. ¿Qué me estaba queriendo decir la señora? ¿Ya nadie cree que es posible cumplir un sueño? ¿Ya no piden deseos cuando soplan las velitas o pasa el tren?
 Antes de seguir agregando preguntas deje que ella continúe con su relato.
-Todos los habitantes de Juegolandia recibimos sus deseos y sueños, y trabajamos en diferentes fábricas, que se encargan de producirlos y generarlos. El problema está que si no conseguimos alguien que los lleve nunca van a llegar al destino.
-¿Yo podría llevarlos conmigo y entregarlos? Aunque sea solo los de mis papás y mis hermanitos - mi intención era devolverle a tan amable señora el favor que ella había hecho por mí.
-¡No! Vos tenés que llevar todos los sueños acumulados en los depósitos de las fábricas, hace años que están ahí guardados y no queremos llegar tarde.
-¡Genial! ¿Pesan mucho? ¿Me van a dar un trineo como el de Papá Noel? Digo porque él siempre llega a todas las casas y en cuestión de segundos.
-Es que no es tan fácil salir de este país y volver a tu lugar. Resulta que para lograr tu ticket de salida debes acumular puntos y premios en el Parque de Juegos. Cada uno de esos puntos equivale a un sueño. ¿Serías capaz?
-¡Fabuloso! ¡Soy un genio con los juegos electrónicos, y los juegos mecánicos me alucinan!
Y ahí no más la señora me regaló un postre riquísimo y me mandó al parque. Al llegar me encontré con el boletero que me preguntó muchas veces si estaba seguro de entrar y si de verdad quería correr ese riesgo para ayudar a otros. No entendía de que riesgos me hablaba, pero si se trataba de ayudar a los demás… lo iba a hacer.
 
En la puerta había un letra gigante que decía:

 Piensa muy bien antes de entrar
Este puede ser un camino de ida y sin retorno”.

 De fondo se escuchaban voces, gritos y risas. No entendí cuando vi tanta gente divirtiéndose, por qué la señora amable, me dijo que hacía tiempo nadie había llegado. Ese lugar estaba repleto de personas jugando. Cada quien jugaba en un juego, y quien no lo hacía se construía uno a su medida y necesidad.
Comencé a jugar, corría para un lado y para el otro. Todo era fascinante. Tan fascinante que llegó la noche sin que me diera cuenta. Como mamá me decía que andar de noche era peligroso, decidí quedarme en el parque hasta que amaneciera. Ahí me di cuenta que todas las mamás decían lo mismo, ya que todos se quedaron al igual que yo jugando sin regresar a casa, por precaución. Como estábamos todos en el parque, seguimos jugando. Era la primera vez que yo me quedaba toda la noche sin dormir. Jugué a todos los juegos varias veces y mi puntaje era muy alto. Ya casi conocía a todos mis compañeros del parque, y entre nosotros nos invitábamos a jugar.
Salió el sol y la ronda de juegos comenzó a girar otra vez. Y al otro día sucedió lo mismo, y así pasaron varios días. Tantos días pasaron que podría decir, con certeza, la cantidad exacta.
Creo que era un miércoles cuando apareció un niño nuevo o mejor dicho un niño que nunca antes había visto. Era bastante charlatán y nadie le prestaba atención. A mi me dio lástima y comenzamos a hablar. Muchas fueron las historias que me contó, pero realmente ninguna era creíble. Cuanto le pregunté cómo había llegado a aquí él me contó la misma historia que yo había vivido. Él también repentinamente había llegado a aquí y se había encontrado con una señora amable y hermosa. Al nombrarla recordé qué era lo que estaba haciendo ahí y me di cuenta del tiempo que había perdido en mis propios juegos y que había olvidados los sueños de la gente de mi mundo.
No había juntado la cantidad necesaria para llevármelos todos, entonces intenté convencer al resto de los jugadores del parque que viniera conmigo y me ayudara. Fue inútil, pues nadie me escuchaba y seguía en su juego. Fue una horrible sensación la que sentí esa tarde. Sentí que ya no iba a poder llevarles los sueños a todos, y que muchos iban a seguir sin soñar o tener deseos en sus cumpleaños.
Resignado me acerqué a la puerta de salida y pregunté como hacía para cambiar mis puntos. Después de llenar varios formularios me dijeron que esperara un momento en un sillón. Y cansado como estaba me quedé dormido.

No sé cuánto dormí, pero si sé que me desperté con el llamado de mi mamá para desayunar.
-¡Margarita despertate que no llegamos a la escuela!¡Bajá a desayunar rápido!
Salté de la cama y cuando me estaba por sacar el camisón me di cuenta que era aquel uniforme a rayas que me habían dado en Juegolandia.
Bajé emocionadísima a contarle todo lo vivido a mamá, pero como era de imaginar nunca me creyó.
Hoy que ya soy grande no dejo de soñar y pedir deseos cuando soplo las velitas, porque uno nunca sabe, tal vez alguien de aquel país decida ver más allá de si mismo y pensar en los demás, y regresar a nuestro mundo con alguno de mis sueños en la maleta.

 También  insisto para que mis hijos  lo hagan.

 Capaz un día de octubre vayan a la escuela y puedan vivir una gran aventura como la que viví yo. 


                                                      Analìa van der Tuin.- ( Docente 5º y 7º tm y tt)




7 comentarios:

Bibliotecari@ dijo...

Guaaaauuuuuu seño, busque un ilustrador urgenteeeeeeeee...y a golpear editoriales!!!!

Silvia Mabel Barcia dijo...

No sabía que escribias tan lindo! Me encantó!

Bibliotecari@ dijo...

quedè fascinada

Anónimo dijo...

Realmente muy bueno. Diez, para la seño Analìa

Seño Rosana 1*"A" dijo...

Rosana primer grado, no firmè el comentario anterio. :)

Anónimo dijo...

Me encantó. Ponete a escribir para todos. Andrea

Bibliotecari@ dijo...

te invito en la semana a grabarlo :)